En un nuevo aniversario de “la guerra de las Malvinas”, reivindicamos la soberanía argentina en ese territorio que continúa avasallado por el colonialismo de Gran Bretaña y sus socios internacionales.
Esas potencias, desde el siglo XIX, ocuparon ese territorio por su gran importancia debido la ubicación estratégica, sus recursos económicos del suelo, subsuelo y plataforma marina, así como por ser uno de los accesos a la Antártida, continente con grandes reservas ictícolas, de minerales y de agua.
El 2 de abril de 1982, día del inicio del conflicto bélico, fue un eslabón más en los miles de episodios trágicos en los que nos sumió la última Dictadura cívico - militar - eclesiástica que, aprovechándose de los profundos sentimientos del pueblo argentino para con las Islas Malvinas, condujo en forma irresponsable a cientos de compatriotas, algunos profesionales de las fuerzas armadas y otros jóvenes que se hallaban realizando el servicio militar obligatorio, a los horrores que tiene toda guerra y por la sola especulación política para continuar en el poder.
Secuelas insanables han quedado en el colectivo del pueblo en general y en forma particular sobre todos y todas los protagonistas directos, sus familiares, y amigos.
Soldados que se hallaban “bajo bandera” en el Servicio Militar Obligatorio y algunos miembros de las Fuerzas Armadas, vivieron esos días aciagos en los que se evidenció la improvisación y manipulación de la Junta Militar de entonces.
Eso describe el informe de la Comisión de Análisis y Evaluación de las responsabilidades del Conflicto del Atlántico Sur, más conocido como Informe Rattenbach, donde se resalta el esfuerzo, compromiso, y coraje de muchos y muchas de los que cumpliendo con sus roles y sufrieron en carne propia los desgarradores hechos que se vivieron en las Malvinas.
En todas las guerras ocurren situaciones horrorosas, trágicas, devastadoras e inhumanas que afectan a los pueblos en general y a los hombres y mujeres que participan en sus batallas y enfrentamientos, mientras que, al menos desde principios del siglo XX, los que las planifican, manipulan y ordenan lo hacen a la distancia sin poner en riesgo ni sus vidas, ni la de sus allegados, ni sus bienes.
Nuestro país, durante los gobiernos constitucionales, siempre presentó firmes reclamos por la soberanía sobre las Islas Malvinas y buscó las vías diplomáticas y de negociaciones ante organismos internacionales.
Por el contrario, la Junta Militar despreció esa tradición, así como antes había despreciado la vida de miles de argentinas y argentinos, y no dudó en continuar la devastación en aras de sus intereses mezquinos, que nada tenían que ver con la verdadera defensa de la soberanía: buscaba permanecer en el poder e imponer un modelo económico de dependencia y exclusión social que aún nos agobia a pesar de las décadas transcurridas.
Cientos de jóvenes, conscriptos y también miembros profesionales de las fuerzas armadas, fueron expuestos a los horrores, vejaciones y muerte en ese conflicto bélico.
De los 237 sepultados en el cementerio de Darwin, 122 estaban como “soldado desconocido”. El enorme trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, logró identificar a 115.
De los sobrevivientes, muchos sufrieron y sufren el daño sicológico profundo ante la falta de contención social iniciada por los dictadores, que no sólo los enviaron a la guerra, sino que les negaron el apoyo y reconocimiento cuando regresaron al continente.
Todavía hoy, el Estado y nuestra sociedad tiene una gran deuda histórica con ellas y ellos.
Este 2 de abril, a 38 años del inicio de “la guerra de las Malvinas”, seguimos rechazando el enclave colonial de Gran Bretaña o de cualquier otra potencia extranjera en nuestro territorio y en todo otro lugar del mundo:
Las Malvinas son y serán argentinas.