La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos expresa su pesar por el fallecimiento de Sonia Ruades de Rojo, militante de la APDH en La Rioja. Mujer extraordinaria, gran luchadora por los DDHH, que a fines del año pasado quiso declarar por la causa de su marido Juan Rojo, a pesar de su delicado estado de salud.
Su trayectoria quedará en la memoria de todos como ejemplo de compromiso con la causa de Verdad, Memoria y Justicia.
Acompañamos a sus compañeras de lucha, familiares y seres queridos en este doloroso momento.
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, 29 de marzo de 2017.
EL APARATO PSIQUICO BAJO UNA HISTORIA DE VIOLENCIA Y MESTIZAJE
Latinoamérica, colonia sin sujeto
En las condiciones específicas de Latinoamérica profunda, este texto propone un examen de la constitución subjetiva bajo el prisma de la relación colonizador-colonizado, “que se trasmutó en un sin lugar”.
Madricéntricas: “Por generaciones, muje-res solas formaron fami-lias ‘madricéntricas’, donde la ‘pareja’ se limi-ta al coito hasta desapa-recer la conyugalidad”.
Por Sonia Ruades de Rojo *
Desde los confines de lo que fuera el Tahuantinsuyu –el Imperio Incaico- y unida al destino latinoamericano de exterminio sistemático, la historia de La Rioja es pura insistencia. “Si los españoles vinieron solos, sin mujeres, nosotros somos el producto de la violación de las mujeres aborígenes” (Ricardo Mercado Luna, Conferencia: “Legitimidad, legalidad y mito”; Jornadas: “Los vínculos hacia el 2000”, La Rioja, 1999). Después de siglos de enfrentamientos armados, La Rioja emergió con el fantasma de otro fenómeno del exterminio: varias generaciones de mujeres solas. Producto del éxodo de hombres que se emplean en las cosechas como trabajadores “golondrinas” o en las fábricas de las grandes ciudades, La Rioja se transformó en una sociedad de mujeres, niños y viejos que trabajan en una organización doméstica matriarcal y a la vez feudal. Esta familia, reunida alrededor del fogón, define una espacialidad en círculo, una escena que, como en la película La guerra del fuego significa a la mujer como generadora de supervivencia, mismidad y obstinada pertenencia. Este espacio circular es tal vez defensa, para conjurar la eficacia simbólica de los descuartizamientos (aquel método español de exterminio, de tanta eficacia simbólica) o como cierre o sutura de tanta pérdida.
La sociedad amenazada y las organizaciones madricéntricas (como las plantea Darcy Ribeiro, citado por Blanca Montevecchio en La metáfora de la conquista) son polos de un mismo drama. Matriz vincular que surge como respuesta a la práctica del exterminio, de la colonización genocida que reproduce un orden perverso en las antípodas de la ley. La ley como lugar del bien, de la ética del no matar, no tiene cabida en la lógica del colonizador, y la organización familiar madricéntrica reproduce la circulación de los funcionamientos tanáticos como parálisis, involución, trauma permanente.
El discurso social de descalificación queda proyectado como conflicto en los objetos parentales, de donde el niño extrae sus enunciados identificatorios. Odio étnico y repudio de razas se aúnan en una dialéctica de lugares de exclusión donde colonizador y colonizado quedan encerrados en un conjunto escindido, que no podrá funcionar como soporte narcisístico para ninguno. El vínculo colonizador-colonizado se trasmutó en la metonimia del sin-lugar del colonizado, de su no asignación, del lugar del estigma, como contracara de la omnipotencia y omnipresencia defensiva del colonizador.
En ausencia de la Ley, de un orden Otro, se impide el intercambio y por ende el crecimiento. Y el orden social se prolonga en el intercambio constitutivo familiar con estructuras vinculares narcisísticas endogamizadas, fallidas las funciones paterna y materna. La narcisización, sin el corte de la Ley, conduce a estructuras cerradas, circulares y al no-lugar de la psicosis. No se puede ser sujeto (sujetado a un discurso) sin mediar la castración e identificación. Estas, fallidas, son dos caras de un mismo proceso: hombres que funcionan como apéndices de madres fálicas y por lo tanto sin fuerza para imponer un código.
En las familias, a lo largo de varias generaciones de mujeres solas, la “pareja” se limita al momento del coito casi hasta desaparecer la conyugalidad. Familias madricéntricas: como no hay alianza, no hay cesión. Se trata de un entorno social de mujeres en el que la cultura, semantizada como muerte real o simbólica, produce, como defensa un repliegue hacia la naturaleza. En vez de “no reintegrarás tu producto”, “no lo dejarás nacer” a un medio de tanta muerte.
Muchos más interrogantes plantea pensar en el intercambio constitutivo familiar con el hombre joven como valor de intercambio –por su escasez– en lugar de la mujer. Hombre joven = valor = trabajo: proveedor de sustento. La mujer, en cambio, “chancleta”, es disvaliosa y trae problemas por la rivalidad entre los hombres y porque, con las crías, trae el hambre.
La locura o la magia
Cuando el discurso fundador, que Piera Aulagnier llamó contrato narcisista, se asienta en los enunciados básicos de una cultura enraizada en sus instituciones, reconocida y aceptada por el conjunto, hay un recorrido en la inscripción del infante en ese discurso, en su constitución como sujeto.
Diferente recorrido evolutivo se da en casos como el descripto en este trabajo dentro de los procesos de transculturación. Sin embargo, enfocar la dramática de las estructuras vinculares madricéntricas sólo como efecto de la transculturación, o bien explicar la conflictiva de sus miembros desde las series complementarias de Freud, sería parcializar el análisis, perdiendo la visión binocular de lo vincular y la panorámica de la red histórica y social.
El trauma de la conquista de América trajo consigo la ruptura del discurso fundante de las culturas aborígenes, que debían intervenir en la catectización del infante y su fundación como sujeto. Piera Aulagnier dice: “La ruptura del contrato narcisista tiene consecuencias directas sobre el destino psíquico del niño”. En ese caso, ante la aparición de patologías graves, “cuando la realidad social es la primera responsable, creemos esencial el papel de la realidad histórica infantil, en la que damos tanto peso a los acontecimientos que afectan al cuerpo como a la posición de excluido o de víctima que la sociedad impuso al niño o a sus padres”. Y agrega: “No es totalmente casual que la historia de las familias de gran parte de quienes luego serán psicóticos repita con tanta frecuencia un mismo drama social y económico” (La violencia de la interpretación, cap. 4). Hay una continuidad histórica, sistemática, en estas fracturas subjetivas.
Cuando el discurso sagrado de la cultura dominante es compacto; cuando el acceso al campo social está forcluido, no habiendo lugar para ejercer como hombre, como ciudadano ni tampoco como esposo o hijo, cerrándose los caminos a la exogamia, ¿para qué narcisizarse?, ¿para qué vivir? Entonces aparece la magia.
La magia aparece como solución de compromiso, como parche de un tejido social que no contiene. También como interpretación del mundo y de la vida en términos de enunciados míticos. Y como compensación ante la rotura de la articulación en lo social. Se podría pensar en dos caminos posibles para enfrentar la exclusión: a) el camino de la toma de conciencia y la búsqueda de identidad y de resistencia al modelo dominante, que impide vivir como sujeto; o bien, b) se busca un mecanismo sustituto como contrapolo de “los malos”, como antídoto de las desligaduras, que permita ligarse masivamente a un ídolo y quedar a cubierto de “males”.
Así, cuanto más grande sea el desamparo mas superprotectora será la imagen del tótem. Y un ritual o una creencia de varios siglos, en la medida en que sean compartidos por muchos, darán a la vez certeza y pertinencia.
Desde el polo psicótico al polo sublimatorio, ¿qué pasa con las significaciones que quedan fuera del proceso de historización? Tal vez los mitos, los rituales y la magia no sean un tapón para la toma de conciencia (la religión entendida como “el opio de los pueblos”) sino un intento sublimatorio que aporta capacidad de ligadura y recupera una verdad histórica.
¿Qué son los mitos? ¿Son significantes congelados en el tiempo a modo de certezas sobre un pasado y un futuro de gloria, cuya repetición sirve para reconocernos como comunidad, para asegurarnos pertenencia e ilusión de perennidad?
“Si la historia la escriben los que ganan (eso) quiere decir que hay otra historia”, dice una canción popular. Quizá los mitos en Latinoamérica son la contra-historia del mestizaje. Y, en este sentido, un intento de recuperar la verdad histórica y con ella la capacidad de ligadura; una apuesta sublimatoria para escapar a la locura. La pulsión de vida y lapulsión de muerte estarían contenidas en la ceremonia del ritual como enunciados míticos de la contracultura, en oposición al miticidio. El ritual, así, se ubica en las catacumbas de la cultura avasallada.
Bibliografía
Aulagnier Piera: La violencia de la interpretación, cap. IV, Ed. Amorrortu, 1997.
Bartolaci Dino y otros: Pensando en la constitución del sujeto, Actas FAPCV 1997.
Diccionario de las configuraciones vinculares, El Candil, Bs. As. 1999.
Michel Foucault: Genealogía del racismo, Ed. Altamira La Plata, 1996. El discurso del poder, Ed. Folios, México, 1983.
Galeano Eduardo: El libro de los abrazos.
Mercado Luna Ricardo: Los Coroneles de Mitre, Ed. Plus Ultra, 1974.
Montevecchio Blanca: La metáfora de la conquista, Ed. Kargieman Bs. As. 1991.
Ruades de Rojo Sonia: Acerca de la fundación de mitos, Clacso Buenos Aires, 1983. Las patologías de la exclusión, sección Psicología de Página/12, 7 de octubre de 1999.
Sociedad Peruana de Psicoanálisis: Mitos universales, americanos y contemporáneos, tomos I, II y III, Simposio Internacional, Perú, 1989.
Freud Sigmund: El malestar de la cultura, Tótem y tabú, Psicología de las masas y análisis del yo. Obras completas.
* Psicóloga. Integrante del Servicio de Psicología Clínica del Hospital Presidente Plaza de La Rioja. Artículo publicado en https://www.pagina12.com.ar/2001/suple/psico/01-01/01-01-25/psico01.htm